jueves, 28 de julio de 2011

Parte 3

El destino nos reservaba una mala pasada. La noche del veinticinco al veintiséis  de septiembre del mil novecientos sesenta y dos, la inundación  del
Vallés  nos cogió de lleno. La Providencia, nos dio unos segundos de tiempo  para salvar nuestras vidas.



     

A media noche unas gotas de agua que salpicaban  nuestra cara  nos despertaron.  No había luz  en el interior de casa, pero  teníamos en la habitación una linterna del  coche. Cuando la encendimos, un chorro de agua y lodo entraba por el agujero de la cinta de la persiana. Joaquín  gritando me dijo; ¡María, es la riera! Coge rápido a la pequeña y sube a la buhardilla. El,  se fue a buscar a nuestro hijo y a la chica que teníamos de servicio. No estábamos aún en el último peldaño de la escalera cuando  reventó la puerta.  El agua embravecida se llevó todo lo que había en la bodega; herramientas para trabajar el campo, botellas de butano y demás objetos. Desde el tejado, con la luz de los relámpagos que eran  continuos, la noche se hacía día y te dabas cuenta de la magnitud del drama. Aterrador.  Solo un milagro podía salvarnos. Bajaban unos árboles tremendos  por el río que taponaron el puente desbordándose a un kilómetro de casa y con una amplitud desde la carretera de la Florida hasta la carretera de Caldas quedando nosotros como si fuéramos una hoja de árbol dentro de una mar furiosa y embravecida. Los árboles río abajo iban quedando  atrapados  en  el campo de melocotoneros del abuelo, donde el agua batía, haciendo un ruido espantoso que no he olvidado jamás.
La casa de los abuelos y el taller aguantó la embestida. El agua,  iba entrando poco a poco por debajo la puerta y los muebles iban  flotando. La abuela se aguantaba encima de la cama,  elevándose ella, a medida que lo hacía el agua. Mi cuñada con nuestro hijo en los brazos, se aguantaba como podía,( sujetándose a algún mueble). Ellos, no se dieron cuenta de lo que pasaba fuera de la casa. Nosotros desde el tejado no sabíamos muy bien su situación, así que  Joaquín con  un fuerte golpe rompió una ventana pequeña que servía de respiradero de la casa y que daba al tejado. Desde allí, les gritábamos que no abrieran las puertas,  que nosotros los sacaríamos. Entre mi cuñada y Joaquín  sacaron a nuestro hijo  a través de la ventana, pero a ellos era imposible sacarlos por aquel agujero.
A todo esto, se derrumbó una nave que se estaba construyendo, por lo que se  formó un muro entre nuestra casa y la riada.  El agua nos salpicaba en nuestra cara.  En aquellos momentos, sentí la muerte en mi piel y pedía a Dios que fuera rápida y sin sufrimiento. Un grito de Joaquín para que le ayudase a arrancar tejas me hizo reaccionar. No sé el rato que estuvimos arrancándolas; perdí la noción del tiempo, solo recuerdo,  que no podía hablar; la lengua la tenía paralizada. Cuando me recuperé se lo dije a mi marido y  a él le había pasado lo mismo. Hicimos un agujero para pasar una escalera de madera de tablón que pesaba una barbaridad. Jamás hubiese pensado que el ser humano ante el  peligro se transformara todo él, en fuerza para sobrevivir.


     


Terminamos agotados, pero por fin la escalera pasó por el agujero  quedando todos juntos. Ellos, llenos  de barro y lodo. Parecían un bizcocho recién salido de una taza de chocolate.
 La furia del agua iba menguando y el peligro desapareció.  Joaquín  nos hizo quitar la ropa a todos y entre sacos y paja que había en la buhardilla nos quedamos acurrucados esperando que se hiciera de día.
Todavía era de noche cuando oímos una voz que gritaba. Mi esposo salió al tejado; era un chico de unos 18 años que expuso su vida al cruzar el puente, ya que todos los postes de la luz estaban por el suelo. Su primera pregunta fue si estábamos todos vivos; si contestó Joaquín, pero todos desnudos. Se marchó en busca de ayuda y volvió con gente y ropa. Se llevaron a toda la familia quedando a allí mi esposo y yo. A la seis como de costumbre vinieron los trabajadores, algunos de ellos no sabían nada de lo que había pasado; al ver el drama del taller quedaron sorprendidos. Nadie se atrevía a decir nada, hasta que uno de ellos con voz apagada preguntó; ¿ahora que tenemos que hacer Quim?  Joaquín con una gran serenidad contestó; iros a vuestras casas, venid con Katiuskas traer palas y otros útiles para podernos poner a limpiar enseguida.
Mientras, él, fue a buscar una bomba de presión. Seguidamente entre paladas de barro y lodo y la manguera a toda presión, limpiaron el taller y las casas. Miles de piezas del almacén quedaron enterradas en el barro. A paladas se echaban en bidones  llenos de agua y a continuación  para secarse se ponían en unas telas metálicas sobre brasas de fuego, que anteriormente se habían  preparado. Se recuperaron muchas.
Dos Dumpers que estaban en el patio, y que su peso era de dos  mil kilos cada uno se quedaron atrapados bajo un montón de árboles en la riera, a un kilómetro de casa, así como vigas de hierro que pesaban una barbaridad; esto, nos hizo  pensar, que si los abuelos hubiesen abierto la puerta no los hubiéramos  tenido la suerte de  encontrarlos  como al material.
Lo que más trabajo nos dio, fueron los árboles enganchados en los melocotoneros. La mayoría, como el tronco era muy grueso, se tuvieron que serrar y quitarlos a trozos.
En cuanto  a la ropa, nada se pudo salvar. Solamente el crucifijo de mi habitación que me regalaron cuando me casé. No se mojó. Único recuerdo que me queda de aquel tiempo y que será siempre mi compañero, irá conmigo donde yo vaya.
La gente del pueblo colaboró, clientes y proveedores también. Los proveedores bloquearon los pagos vigentes y continuaron sirviendo material. Su colaboración fue muy importante, nos ayudó a  arrancar de nuevo. El Ayuntamiento donó algún mueble y 18.000 pesetas a cada afectado: nosotros no quisimos nada: El Gobierno nos concedió un crédito a bajo interés, amortizable en 8 años 1.500.000.pesetas.
El abuelo se quedó desmoralizado. No salvó ningún melocotonero y no se vio capaz de empezar de nuevo. Diciendo a su hijo: haz lo que quieras con el terreno, pero tienes que dar una casa a cada hermano. Así lo dejó escrito y así se cumplió, (con dinero).
A los quince días, el taller estaba funcionando y trabajando a todo ritmo, Al construir la nave se multiplicó por tres. No hace falta decir que algunos del pueblo decían que estábamos locos, no obstante, yo también estaba preocupada, la experiencia por la que pasamos, fue, un mal sueño grabado en mi cerebro. Mi esposo no dejaba de decirme que no me preocupara, que  él era consciente de lo que hacía, y que si un día se desbordaba nuevamente la riera, el pueblo se inundaría primero, antes  de que  se rompieran nuestras paredes. Evidentemente, no fue una pared, si no un dique capaz de aguantar como una presa. Se utilizaron en su construcción centenares de toneladas de hierro y cemento. Sobre las naves, se hicieron dos plantas de trescientos metros cuadrados cada una. Más tarde, la mitad de una de ellas sirvió para oficina  técnica y la otra mitad para sala cursillos de pos venta  y vendedores propios. En la otra planta construimos nuestro piso. Sus padres se quedaron a vivir con nosotros.  De las dos casas  se construyó  un nuevo despacho y oficinas  de pos venta.
Después de aquel panorama tan desolador, viviendo unos días entre lodo, barro y porquería que nos dejó la riada la inolvidable noche del veintiséis de septiembre. Cuando el veinticinco de diciembre, o sea tres meses después, la naturaleza hizo otra de las suyas. Nos obsequió  con una nevada impresionante que jamás nadie había visto, dejando un paisaje maravilloso … una auténtica preciosidad de blancura,  todo lo que alcanzaba nuestra vista,…un sueño.  Más al despertar… volvió el barro, agua y un frío que pelaba.

   
                                                                                                                                 

El mismo año sesenta y tres, nuestros dos hijos empezaron el curso en un nuevo
colegio. Escuelas Pias de Sabadell, durante la semana estaban internos, el sábado y el  domingo lo pasaban en casa.






Ese mismo año hicieron la comunión.  Fue una fiesta sencilla con la familia más intima. Pero  muy emotiva. 

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