jueves, 28 de julio de 2011

Parte 1




   







No sé si hacia más frío que el que el invierno anterior o si llovía o hacia sol, pero era el día de los Santos Inocentes del año 1.923 cuando mi madre me dio a luz.

 Nací en Ripollet, un pueblo del Valles Occidental situado entre Barcelona y Sabadell, y que  a pesar de que su  población no llegaba  a los tres mil habitantes   se consideraba grande.  Demográficamente todos los pueblos eran pequeños, pero no su término municipal, el cual  era extenso. Anteriormente, había sido completamente agrícola antes de crearse las cuatro industrias dedicadas a la fabricación del cartón y  a la empresa Uralita,( derivados del cemento) ubicada en el pueblo vecino de Cerdañola. Una de las más importantes de Cataluña. Tres cuartas partes  de las tierras estaban dedicadas al cultivo de la viña y el resto situadas principalmente a orillas del río  Ripoll  divididas en pequeños  huertos pertenecían a las familias que las dedicaban al cultivo  de  hortalizas (alubias, patatas, tomates etc.) y también  para  comida de los animales (alfalfa…) de forma que así, se abastecían para todo el año. Además en todas las casas criaban  conejos, gallinas y el tradicional pollo para celebrar la Fiesta Mayor del pueblo, y  Navidad. En algunas casas también criaban un cerdo, con lo que se aseguraban la carne para todo el año, conservándolo cocido con su propia grasa dentro de unas tinajas de barro. La carne y leche de vaca eran  poco conocidas en los pueblos. La leche se consumía de cabra. Un pastor por la mañana, antes de llevar el ganado a pastar, pasaba por la calle vendiéndola, la cual ordeñaba junto a ti.

Casi todas las familias tenían su casa propia, supongo que ese fue el motivo del eslogan de la típica familia catalana “la casita y el huerto”. La nuestra, estaba situada en la calle mayor, que hacía a la vez, de carretera secundaria y enlazaba con la general en dirección a Barcelona. Era una casa sencilla, de planta baja y piso. Como la mayoría en aquellos tiempos. La planta baja,  estaba divida en dos partes, en la que daba a la calle, había un lagar, con toneles de vino, sacos de harina para los animales, una pila de coles para los conejos y un pozo. Gracias a él, había agua dentro de casa y podías lavarte más o menos bien, ya que en la mayoría de casas no existía la ducha. La que daba a la parte de atrás, era dónde pasábamos más tiempo. En ella se encontraba la cocina, que hacía a la vez de comedor, en donde había una gran chimenea hogar que nos aportaba un calor especial en las tardes de invierno. El patio era muy grande  en extensión, como cinco veces la casa. Primero había unos cinco metros al mismo nivel, el resto se extendía, después de unos peldaños de piedra, que el tiempo había suavizado. Una fuerte pendiente daba salida a los campos, a continuación una explanada y  el río, que nos dividía con nuestros vecinos de Cerdañola. También   había dos corrales para los animales. En uno de ellos estaba el excusado con un gran agujero negro que daba miedo; mi madre y yo no lo utilizamos nunca, preferíamos el otro, un estercolero modular en donde dormían las gallinas.  Para este fin había unos palos horizontales que se limpiaban y desinfectaban cada semana; a nosotras nos servía de papel higiénico el de envolver la compra o el del periódico, que te dejaba la marca de la tinta en el culo. Toda la porquería iba a parar a un agujero que comunicaba con el depósito del excusado y que se guardaba hasta el día que se tenía que abonar el huerto.  Desprendía un mal olor que no se podía resistir.  En   otro corral había jaulas de conejos; debajo   de ellas estaba el estercolero donde caían   los excrementos de los animales y donde arrojábamos nuestros desperdicios, que también servían para abonar el campo. En el patio había un granado muy grande y una higuera enorme. Estos le daban un  precioso aspecto decorativo.

Mi padre trabajaba en una de las fábricas de cartón, aparte,  tenía la huerta y una viña que cuidaba como un jardín.  Recuerdo, que durante el tiempo de la vendimia, era una fiesta para los pequeños de la calle; nos dejaban pisotear la uva en el lagar. Era muy divertido, nos ensuciábamos de cabeza a los pies y nuestros padres no se enfadaban. Cuando fui más mayorcita y tuve que ir a cortar uva ya no fue tan divertido…

Más o menos era el año  mil novecientos treinta y tres, cuando se tuvieron que vender muchas viñas para construir unos polvorines. Diez mil pesetas cobramos por ellas, las cuales se ingresaron en la Caja de Sabadell y   no salieron a la luz durante muchos años.

Mi madre llevaba el control de la casa, criaba conejos y gallinas para nuestro gasto, pero siempre procuraba vender algo para ayudar a la economía familiar, que se componía de abuelos, padres y dos hijos. Tengo un hermano cuatro años mayor que yo. A la abuela materna no la conocí, murió cuando mi madre era muy pequeña. Al abuelo sí. Fue en los últimos días de su vida. Vivía en Lérida, yo tenía diez años y me quedó un recuerdo impresionante y que jamás he olvidado:   Fue, que al ver a mi madre, la cogió de las manos llorando y le pidió que lo perdonara por el mal comportamiento que había tenido con ella. El abuelo enviudó dos veces y se casó tres. Era hijo de Sabadell, se casó por primera vez con una joven de familia acomodada, tenían algunas casas en propiedad, ellos también vivían muy bien. Tuvieron tres hijos del matrimonio y al poco tiempo la abuela murió. Se caso de nuevo y de nuevo enviudó. Se volvió a casar y se fueron a vivir a Lérida dejando a los hijos  al cuidado de una tía materna. Durante aquel tiempo, se gastó todo lo que pertenecía a sus hijos y aquel día, consciente del mal que les había hecho, le pedía perdón.

El ambiente  en  casa era estupendo, todos se respetaban, jamás oí gritos ni malas palabras, mi padre era un trozo de pan bendito, mi madre era más pícara. Así que mi infancia transcurrió sin pena ni gloria, pero feliz.
Tenía pocos juguetes, pero tampoco los echaba en falta, una cuerda y una muñeca de cartón eran bastante para entretenerme. También se jugaba mucho en la calle. Estas eran tranquilas. De vez en cuando pasaba algún carro o bicicleta. Algunas veces, los domingos por la tarde, mi madre me llevaba a ver  pasar el tren a la estación de Cerdañola. Supongo, que debía hacer pocos años que existía, porque nos encontrábamos a mucha gente que hacia como nosotros, era todo un espectáculo. También lo era cuando pasaban los aeroplanos que despegaban del campo de aviación de Sabadell. La gente no entraba en casa hasta que desaparecían de su vista.

Una de las cosas  que se me quedó  gravada en mi cerebro  cuando tenía diez años, es la antipatía que  le  tuve siempre  a una maestra que tenía una escuela privada  al lado de casa, decían que era muy buena maestra, el caso es,  que solamente tenias chicas de casas acomodadas. Yo quería ir. Mi madre lo intentó,  pero jamás me aceptó.  Hoy, la llamaría clasista. Recuerdo muy bien un día en que me sentía muy feliz porque estrenaba un vestido verde que me había hecho mi madre. Me dirigí a casa de mi amiga: allí estaba una chica más joven que yo. Al verme,  me dijo:”que vestido más bonito llevas. “La señora maestra que estaba allí, me miró con aire despectivo” y dirigiéndose a la madre de la niña le dijo: “pobrecilla,  se lo dice para contentarla. Hubiera llorado de rabia.

No había cumplido los doce años cuando se me presentó  la oportunidad de ir a trabajar a una sastrería. No habían muchas alternativas para escoger, o ibas al campo o a la fábrica, no era fácil aprender un oficio en el pueblo. Mi madre que no quería ni una cosa ni la otra, no le fue difícil hacerme entender que aquel trabajo era lo mejor para mí. Así que deje la escuela en el momento que más necesitaba para mi formación y me convertí de niña a una persona adulta, cosa que en aquellos tiempos era bastante normal.  Más tarde me alegré de haber tomado aquella decisión y me sentí afortunada, ya que la mayoría de mis amigas terminaron trabajando en la fábrica de derivados de cemento y lo pasaron muy mal. Aquella decisión,  supuso para mis padres un gran sacrificio ya que para poderme dar un oficio en aquel tiempo estaba muy difícil por lo mal retribuido. Se necesitaban cuatro años para llegar a ser ofíciala y durante el primer año no se ganaba nada y en los otros bien poco. Según mis compañeras yo tuve suerte ya que durante el primer año me daban una peseta para ir al cine.

En cuanto a la guerra, nada agradable puedo explicar. Muy malos recuerdos tengo de aquellos tiempos. Días de desconcierto, gente armada hasta los dientes en coches descubiertos, carretera arriba y abajo gritando. Por aquel entonces entre los vecinos no se hablaba de guerra sino de revolución que duraría pocos días. Desgraciadamente en poco tiempo nos dimos cuenta de que la situación sería larga   y violenta,  ya que los asesinatos aumentaban día a día. Yo,  no podía entender el  porqué de tantas muertes. Me afectó muchísimo   cuando mataron a dos hermanos que vivían cerca de casa, por el solo hecho de tener una Empresa constructora e ir a misa todos los domingos.

A partir de este hecho los propietarios de las fábricas que producían cartón se escondieron por temor hasta el final de la guerra.
El cura y el párroco del pueblo también se escondieron,  un” chivatazo” los delató  que se encontraban en una casa de mi calle; echaron un pregón diciendo: Que en 24 horas se tenían que presentar en el Ayuntamiento, de lo contrario registrarían todas las casas y matarían a toda la familia donde se encontrasen.

Seguidamente se presentaron y al día siguiente los encontraron muertos y medio descuartizados en una carretera junto al pueblo. Estos hechos, se repetían todos los días y en todos los pueblos. Unos de los lugares que se hizo famoso y que quedará en la historia mientras haya un superviviente de aquel tiempo será el cementerio del pueblo de Moncada por los centenares de asesinatos que se cometieron delante de su puerta.

Un hecho sobrecogedor era ver a hombres y mujeres fusil en mano entrar en las casas, no solamente de familias ricas, sino también de nivel medio para robar todo lo que querían. En alguna casa humilde también se atrevían a romper   los cuadros de Santos. En casa, entraron y rompieron un cuadro de San José, otro de la Virgen del Carmen y la fotografía de la comunión de mi hermano, por el solo hecho de llevar una cruz colgada al cuello.  Siendo mi madre muy devota de San José, tan pronto se marcharon, recogió los trozos que pudo y los pegó, El cuadro quedó reducido a una cuarta parte pero San José volvió a estar colgado en su dormitorio para siempre.

Si hubiesen seguido su doctrina, que era buena, me hubiera parecido incluso humanitaria su obra. Pero una cosa es predicar y otra dar trigo.   El pobre que no tenía sábanas, continúo durmiendo sin ellas. En fin, en un dos por tres habían quemado todo lo que oliera a  iglesia.

 Ni  en  Ripollet  ni   en los pueblos  de alrededor   cayó ninguna bomba, pero  esto, no evitaba que no  se nos quitara el miedo  del cuerpo, cada día estábamos más asustados y todavía más, cuando era luna llena, ya que eran más frecuentes  los   bombardeos   sobre Barcelona. Los aviones nos sobrevolaban. Mis padres me hacían estirarme en el suelo del patio con un trocito de madera entre los dientes, para evitar un posible daño.

 En uno de estos bombardeos, mi   tía y dos primas murieron, quedando mi tío (hermano de mi madre) y dos hijos más gravemente heridos Estuvieron hospitalizados bastante tiempo, mi prima tenía seis años, cuando se recuperó,  vino a vivir con nosotros como un hija más. Mi madre quiso que también tuviera un oficio;   fue sastresa, Se casó muy joven con el hijo del amo.

Mi hermano era un chico afectuoso y muy sensible a las emociones. Tenía diecisiete años cuando junto con todos los de su edad, sin prácticamente saber cómo  funcionaba un fusil, los llevaron a la batalla del Ebro; en donde fueron carne de cañón. El que no murió, fue hecho prisionero. Mi hermano tuvo la suerte de ser uno de éstos últimos. Pero cuando volvió a casa, ya, había cumplido veinticinco años. De aquel chico que salió  con   diecisiete años, no quedó nada.  Esto fue, el triste resultado de muchas familias al acabar la guerra

No hace mucho, un artículo que leí en La Vanguardia me recordó aquella época.  En él, se elogiaba a las chicas, que como héroes habían ido a defender a  La Patria por sus ideales. Me hizo sonreír y pensar que él que lo había escrito, no había vivido en aquellos tiempos. Yo, tenía doce años, y hay cosas que no se olvidan. Recuerdo muy bien, a las chicas que se marcharon de mi pueblo y el pueblo vecino.  La mayoría de ellas, por no decir todas, no tenían ni la más  pequeña  noción  de lo que era un ideal. Hoy, si se repitiera un hecho como aquel, seguramente no irían tantas chicas a luchar, porque para obtener lo que buscaban aquellas, no hacía falta ninguna guerra.

Durruti, no tardó ni seis meses, cuando en Zaragoza unos trenes que se utilizaban para transportar ganado, los selló una vez cargados con todas las prostitutas que “pululaban “en el frente y en la retaguardia de Aragón, al comprobar  los servicios sanitarios  que se extendían como una mancha de aceite las enfermedades venéreas entre sus soldados. Posteriormente al año mil novecientos treinta y siete, sacaron del frente a todas las milicianas que todavía quedaban.  Ante esta experiencia, no puedo menos que pensar: “No se puede negar que el pasado hace Historia.”Pero alguien nos puede asegurar, sí ¿La Historia nos marca la verdad del pasado?
Terminada la guerra hubo fuertes represalias. Mucha   gente pagó sin ninguna culpa.

Los primeros años de la posguerra fueron muy duros; falta de alimento, estraperlistas sin escrúpulos que en cuatro días presumían de millonarios, otros que se morían de miseria y cantidad de jóvenes morían de tuberculosis. Recuerdo que mi madre temerosa de esta enfermedad, me hacía comer  más de lo que yo quería.
                                                                                                                                                                                                                                                                Tengo una anécdota de mis de mis diecisiete años que no quiero dejar de explicar, ya que muchas veces la he recordado.

Había en el pueblo de Cerdañola una mujer que decían que preveía el futuro mediante las cartas. Un día, junto con mis amigas Conchita y Teresa   nos atrevimos a ir a verla. Resumiendo diré que a Conchita le pronosticó un futuro sin cambios   en la vida que llevaba entonces. A Teresa no le hizo ningún comentario sobre su futuro, hablaba de una manera confusa que tanto a Conchita como a mí, nos causó, una sensación extraña, lo comentamos al estar solas, pero sin darle más importancia. En cuanto a mí, me preveía un futuro con mucho dinero. Nos marchamos haciendo broma, incrédulas de los pronósticos.

No habían pasado seis meses cuando Teresa se puso enferma y al poco tiempo murió. Las dos en aquel momento si que recordamos a la mujer de las cartas

Conchita se casó, y su vida siguió el mismo ritmo. En cuanto a mi…ya se verá en el transcurso de esta historia.
A pesar de que no creo en los pronósticos del futuro. Ha habido momentos en mi vida que he pensado en aquella mujer y me he preguntado ¿ha sido casualidad que en la vida de tres personas hayan coincidido los pronósticos de una cartas? Jamás lo sabré.

A los dieciocho años, el pueblo se me hizo pequeño. Ya era ofíciala y acompañada de mi madre fui a Sabadell a buscar trabajo. En la primera sastrería que entramos me aceptaron. Estaba en la Rambla y era una de las más importantes en aquellos momentos. Estuve trabajando durante dos años. Los amos eran un matrimonio de unos sesenta años sin hijos. Yo me llevaba la comida  y comía en la mesa con ellos, los  apreciaba igual  que ellos   a mí,  pero seguía cobrando  cien pesetas a la semana  como el primer día, con lo cual, me interesó irme a otra sastrería que ganaba  ciento veinticinco y  me pagaban el abono del tren que valía  veinticinco pesetas.

Me gustaba trabajar en Sabadell. El nivel de vida era más elevado, y el ambiente era muy diferente del que se respiraba en mi pueblo. Se notaba tanto, en el hablar como en el vestir.
En aquellos tiempos, era una de las ciudades más importantes de Cataluña. En cuanto a la industria textil. Se exportaba género fuera de nuestro país. En el año mil novecientos cuarenta y uno, estaba en plena expansión industrial. Las fábricas repartían trabajo   fuera de ellas, así que, había casas con tres y cuatro telares. De este modo nacieron fábricas por doquier. Muchas de ellas llegaron   a ser muy importantes.  Recuerdo que al bajar del tren se sentían los latidos de los telares… eran los latidos del corazón de una ciudad llena de vida.

 AI igual que toda la juventud de mi edad; tenía amigos y pretendientes y a pesar de que la posición económica de algunos de ellos era mejor que la mía, jamás me sentí atraída por ellos.  Eran unos “pasotas” sin espíritu ni ambiciones y sus conversaciones para mí no tenían ningún sentido.
En Ripollet habían dos cines y si querías bailar tenias que ir a Cerdañola, arriba de la Cooperativa, había una sala muy grande destinada para ello, donde nos reuníamos toda la juventud de los pueblos de alrededor. Con las amigas muchos domingos íbamos, a pesar de que teníamos que andar tres cuartos de hora para llegar.
Tenía unos veinte años cuando conocí a un chico. El y todo un grupo de amigos, venían de Santa Perpetua de la Moguda   en bicicleta. Al principio me escondía todo lo que podía cuando lo veía venir a sacarme a bailar. Se veía buen chico, pero de todos sus compañeros era el más pobre y el menos elegante (la ropa, se la hacía una mujer que se dedicaba a hacer pantalones y la verdad, daba pena), además, no sabía bailar, claro, que yo tampoco estaba muy sobrada, así que no bailábamos nada de lo que tocaban... Cuando le decía que no quería bailar porque estaba cansada se quedaba a mi lado, siempre tenía cosas que contarme sin decir tonterías. Era un chico inquieto, y conforme mas lo iba conociendo me daba cuenta que era diferente   a todos los demás   que hasta ese momento   había conocido.  Me enamoré plenamente .Éramos afines en nuestra manera de pensar, teníamos las mismas ambiciones, la misma ilusión para salir de la pobreza con el fin de tener un futuro mejor. Su espíritu era como un volcán en constante erupción.

Antes de ir al servicio militar, ya hacía trabajos por su cuenta, de lampista y electricista.  Ambas cosas en aquella época iban juntas, tan pronto estaba treinta metros bajo tierra arreglando bombas de agua como treinta sobre de ella arreglando molinos de viento.

Nos prometimos haciendo el servicio militar en Barcelona y a los tres meses lo trasladaron a la frontera cuándo el asunto de los “maquis.” Un buen día se le ocurrió llamarme por teléfono. A una determinada hora debía de estar en la central telefónica de Cerdañola. Tenía veintiún años, era la primera vez que tenía un teléfono en mis manos y estaba nerviosa. Cuando llego el momento de hablar, no había manera de oír nada. Mientras yo iba diciendo ¡no te oigo! ¡No te oigo!  Note unos golpecitos en mi espalda y una voz que me decía:

        “    Muchacha,   si no cambias el teléfono de posición no vas a oír nada “
Hoy esta anécdota me hace reír, pero en aquellos momentos hubiera querido que me tragase la tierra, debido a la vergüenza que pasé a causa de mi ignorancia. Una lección más de las que tuve que aprender en la escuela de la vida.

Dos años más tarde lo licenciaron. Nuevamente se puso a trabajar por su cuenta de lampista-electricista. Como tenía mucho trabajo en el pueblo de Montornés instalando bombas y arreglando molinos de viento, un amigo de la mili que se llamaba Jordan venía a ayudarlo algunos días. Al principio aquel pueblo era el que preveíamos con más posibilidades de trabajo y decidimos ir a vivir allí una vez casados. Con este fin, alquilamos una casa. La entrada era muy grande. Por lo que la acondicionamos para que sirviera de tienda; aunque en un principio la utilizamos como almacén para el material eléctrico.
El pueblo de Montornés, estaba    mal comunicado, y más sino disponías de vehículo, nosotros solo teníamos una bicicleta y yo no sabía llevarla. Joaquín me enseñó, y me compro una.  Los domingos por la tarde íbamos a la casa y empezamos a arreglarla   para el día que fuéramos a vivir.
Mientras estábamos en este intervalo, un encargado de la casa Humet que fabricaba bombas para sacar agua de los pozos, hacía tiempo se había establecido por su cuenta y se puso a fabricar bombas.
El negocio no le dió el resultado que esperaba, y propuso a Joaquín que se lo comprase, el seguiría haciendo las bombas y Joaquín las instalaría. Esto, le entusiasmó. Pero no tenía ni una peseta para pagar las sesenta mil que le pidió. Recurrió a un cuñado de un primo suyo que tenía un negocio de legumbres cocidas y que había hecho mucho dinero con el estraperlo. Le expresó lo que quería y lo convenció para hacer una Sociedad aportando cien mil pesetas.
Todos los planteamientos que habíamos hecho, tuvimos que cambiarlos. Jordan tenía que casarse y se fue a vivir a la casa que habíamos preparado para nosotros.

En aquellos momentos decidí que tenía que ayudarle, y que no había otra manera de hacerlo que no fuera poniéndome a estudiar. Mis conocimientos en números eran mínimos, así que a mis veintiún años, (después de una jornada de trabajo) me incorporé a  una escuela con niños de ocho años,  que al terminar la suya hacían recuperación. Después de pasar un curso con ellos, el profesor me dijo que estaba preparada para ir a una Academia y estudiar contabilidad .Aprovechando que trabajaba en Sabadell y  disponía de hora y media para comer,  les pedí salir un ahora antes y recuperar después .Me quedaban diez minutos para comer, era feliz, hasta ahí toda iba bien. El problema se presento con mi familia, concretamente con mi hermano, que a pesar de que tenía muy buenos sentimientos, cuando volvió de la guerra tenia los nervios destrozados y no se podía discutir, se ponía como un loco y valía más callar.  Al explicarle lo que había decidido, se puso a gritar: “las mujeres son para lavar los platos, el día que me encuentre tus libros te los quemare “No creo que lo hubiera hecho, pero por precaución los escondía debajo del colchón.

Tuve que decirle muchas mentiras a mi madre debido a que llegaba muchas veces tarde a casa. Siempre estaba recuperando fiestas, cuando en realidad me quedaba en el taller haciendo el trabajo que al día siguiente tenía que presentar en la academia.

El taller funcionaba tal como se había previsto. Al principio parecía que iba bien. Pero las ventas eran muy escasas. Se tenía que competir con la firma Humet que era muy conocida en todo el país. Cada día las cosas iban peor, los problemas aumentaban y el taller se hundía. Dentro de toda esta vorágine, yo seguía estudiando, y dudando al mismo tiempo, por si alguna vez, todos mis esfuerzos servirían para algo.
Mucha veces, mientras estudiaba, silenciosamente mis lágrimas caían sobre el libro, de pronto reaccionaba y me enfadaba conmigo misma por ser tan cobarde y pedía fuerzas a Dios para llegar al final de mis estudios.
La situación cada día era más difícil; la mar se puso embravecida, el barco se hundía. Joaquín audaz,  dio media vuelta al timón y lo llevó a aguas más tranquilas.

Dejamos de fabricar bombas y  nos dedicamos a fabricar accesorios de motocicletas. La fábrica Bicicletas Rabasa se dedicó a hacer horquillas hidráulicas para las motos que habían quedado al finalizar la guerra. Las daban a hacer a talleres auxiliares. Nosotros trabajos mucho tiempo haciendo este accesorio y nos recuperamos un poco.

Pasaron dos años cuando el profesor me dijo  que ya estaba  preparada para empezar lo que me había propuesto, Tenia veintiséis años.
Venciendo todos los obstáculos que me ponía  mi familia, por las mañanas trabajaba en la sastrería y al mediodía, en el coche de línea me iba a casa  de mi prometido. Comía con ellos y por la tarde trabajaba con él
Para volver a casa estaba muy complicado, ni por su pueblo ni por el mío pasaba  el tren. De una estación a otra, tenía que andar media hora, total,  que  necesitaba más de una hora  para  hacer el trayecto.
Salvando todos estos inconvenientes cada día estaba en mi oficina, que se componía de un escritorio viejo  de un amigo nuestro que quería tirar a la basura y  de una caja por silla. El suelo, estaba sin  ni si quiera el  cemento. Había sido un corral de conejos durante muchos años, a pesar del tiempo  transcurrido, todavía se olía a los orines de aquellos animales. Joaquín cuando fue a trabajar lo hizo cimentar  y se resolvió  el problema.

Al principio parecía que las cosas  iban cogiendo otro aíre, pero no, las dificultades y los contratiempos continuaban, cada día  se necesitaba más dinero  para máquinas  e utillajes, el pequeño beneficio que se obtenía era insuficiente.

Nuestra familias no nos entendían, además no confiaban  en nosotros, moralmente no nos ayudaban, más bien al  contrario. Las críticas de la gente del pueblo eran duras y crueles. Nuestros fracasos eran el comentario del día como hoy son los seriales de la tele, algunos se atrevieron a decir” estos ignorantes están locos y morirán de patas a la pared  como ratas envenenadas”: Joaquín pasaba de todo,  a mi  me preocupaba,  pero él me animaba diciendo: “María debes estar contenta  de que hablen de nosotros, sea bueno o malo; lo que hacemos es algo que ellos son incapaces de hacer.” Era una lucha dura, solo nuestro amor y nuestra fe nos ayudaba  a soportar los contratiempos.

Pasaron dos años, cuando un día se me escapó el tren y Joaquín me llevó a casa en bicicleta, yo iba  sentada sobre el cuadro. Mi hermano nos esperaba con cara de pocos amigos. De mala manera  nos preguntó cuando pensábamos casarnos porque él quería hacerlo. Los dos le dijimos que  no lo sabíamos porque las cosas no iban muy bien. Se puso como un loco  diciéndole   a Joaquín que si no lo sabía podía salir de casa y no volver nunca más. Yo le dije: si lo haces  marchar,  me marcho yo también y con un grito dijo” márchate y no vuelvas más”
Como dos pollitos remojados sentada en el cuadro de la bicicleta  volvimos  a su casa. Sus padres lo aceptaron bien, no obstante yo pensaba:  el próximo día  se arreglará, pero me equivoqué, ni mi hermano ni yo   dimos un paso para arreglarlo.

No era precisamente un camino de rosas lo que  me esperaba. El padre de Joaquín era payes, y la tierra que cultivaba  justo  le daba para mantener a la familia, esposa tres hijos y una hija. La chica era de mi edad,  estuvo muchos años enferma de tuberculosis  hasta que la operaron, fue unas de las pocas que se salvaron en aquellos tiempos. El más joven, trabajaba y estudiaba en la Escuela Industrial y el otro,  trabajaba con nosotros. Muchas semanas, después de pagar  a los trabajadores no  nos quedaba dinero para dar a sus padres. El pensamiento de aquella familia era “donde no hay harina hay mohína” y en parte nosotros éramos los culpables.

En aquella época  salieron al mercado los motores Mosquito, Colibrí, y otras marcas que ahora no recuerdo. Se montaban en las bicicletas, pero había un inconveniente; las horquillas de origen no aguantaban las sacudidas del motor y se rompían. De  la cabeza de Joaquín no paraban  de surgir  ideas.  Se le ocurrió  hacer una horquilla pequeña  hidráulica  para adaptar a la bicicleta  y así empezó mi  primer trabajo más en serio.
Con una máquina de escribir portátil  y un anuario viejo que nos dieron, empecé  a buscar nombres de casas de bicicletas.  Había centenares.  Escribí un montón de cartas que mandé, una por una, a cada dirección. Un diez por ciento  respondieron, pero la mayoría de ellas fueron  devueltas,  muchas,  ya no existían. Mientras yo mandaba la publicidad, Joaquín con una horquilla  bajo el brazo,  visitaba las casas más importantes de bicicletas  y así,  conseguimos  varios  pedidos.


En el mil novecientos  cuarenta y nueve, la casa  de Bicicletas Sanromá, que era un buen cliente nuestro nos dejó un pequeño espacio en su stand  de la Feria Internacional de Muestras de Barcelona para presentar nuestras horquillas telescópicas : tuvieron muy buena aceptación  y fue la alegría más grande del mundo para nosotros . A partir de entonces  nuestra presencia en la Feria de Muestras  duraría  más de treinta años.

En los primeros años, estuvimos en el sector de las motocicletas, situado  en el Palacio de Victoria Eugenia .Oficialmente  la  Feria duraba veinte días, pero durante unos años la prorrogaron a treinta.
Terminábamos el mes agotados. Entre el calor que pasábamos, el polvillo  que se levantaba  al pisar  la tierra,  tanta cantidad de gente que  nos  visitaba,  como si  aquello fuera  un espectáculo, por no hablar, de lo que nos teníamos que esforzar  en las conversaciones para podernos entender  a causa de los ruidos que habían. Al final, todos los años acabábamos con una afonía tremenda que nos duraba días; pero al  mismo tiempo, contentos y satisfechos. Desde el primer año, La Feria  formó parte de nuestra vida.




Tárrega Año 51
          
Tárrega Año 52

      


                                     


En el  año mil novecientos cincuenta y uno, expusimos en la Feria del Automóvil  usado  de Tárraga. Yo fui a pasar un día  acompañada con unos amigos, Joaquín se quedó  hasta el final.

El stand, tal y como lo presentábamos,  parecía un puesto de “ Pipas “. Pero estaba  en concordancia con los demás. Todo era muy pobre.

Parecía que las cosas empezaban a ir bien, aunque la falta de material en aquellos tiempos era bien patente, lo cual, nos dificultaba  la fabricación. Solamente  a unos cuantos privilegiados  les suministraban  material oficialmente del Estado.  Estos,  lo vendían  en el mercado negro;  se llegaba a comprar en los lugares más  insospechados. Una vez  fuimos a una  farmacia.  Nunca se encontraban las medidas que necesitabas y tenias que recurrir a empresas que se dedicaban a transformarlo según tus necesidades.  Cuando lo localizabas tenías que comprar más de lo necesario,  con el fin  de poder atender   los  compromisos contraídos.  Nuestra economía mermaba y jamás podías levantar cabeza. 


Entre subidas y bajadas nos íbamos introduciendo en el sector de la motocicleta. En poco tiempo nacieron como setas los fabricantes de motos. Parecía la fiebre del oro. Entre los fabricantes, los que más  destacaban  eran: Derby, Mymsa, Gutzi, Reina,  Edeta, Rieju, Montesa, Bultaco, una de Zarauz, Lambreta, Clua, ecta. .Trabajamos  con muchas  de ellas. Concretamente  con la Derby, fuimos los primeros en conocer  un  proyecto nuevo. Un amigo nuestro llamado Arcadio Dunjo lo estaba haciendo en su casa  como secreto industrial. Según él, era un plagio de una moto checa con algunas modificaciones y mejoras. Cuando la presentaron en la Feria de Muestras, fue la vedette del Palacio Victoria Eugenia. Su presentación  fue  hecha a  todo lujo. La presentaron dentro  de un estuche de color  vivo por fuera y el interior, forrada en seda blanca. La gente hacía cola para poderla ver. Nuestro stand estaba junto al suyo.



En mil novecientos cincuenta y dos, después de tres años de Feria, expusimos  por primera vez  con stand propio  los diversos accesorios de motocicletas, que fabricábamos junto con las horquillas y unos pequeños remolques adaptables  a las motocicletas. Estos no tuvieron mucha aceptación y los dejamos de fabricar.

Habían pasado unos dos años,  el trabajo iba a buen ritmo, teníamos ocho trabajadores; la jornada empezaba a las seis de la mañana, salvo Joaquín  que muchas veces a las cinco abría el taller y era el último en salir y   nunca antes de las diez de la noche.
El taller se nos quedaba pequeño  y tuvimos que convencer a su padre, cosa nada fácil, para que nos dejara construir  otro  junto a la casa. Esta estaba situada a unos trescientos metros del pueblo, rodeado de campos  junto a la riera de Caldes, construida con terreno de su propiedad, y donde  el cultivaba. Por tanto su elemento de vida. En aquellos tiempos estaba lleno de melocotoneros y  tenía que arrancar unos cuantos para construir el taller. Justo  era lo que más le dolía. Hacía años que la finca  quedó dividida al construirse la carretera  que iba de Sabadell a Badalona. La parte que quedaba lindando  a la riera no se cultivaba.

Al final, la  nave se construyó  a la parte derecha de la casa y al mismo tiempo a la parte izquierda y sin quitar ningún árbol se hizo una ampliación de la casa para cuando nos casáramos.  Esta, quedaba  independiente, aunque  para acceder  teníamos que pasar por la de ellos, de lo contrario, hubiéramos tenido que dar una vuelta muy grande, ya que estaba rodeado de campo sembrado.

Al  poco tiempo la nave estaba en condiciones para ir a trabajar, se hizo un altillo que de momento sirvió para despacho. Para subir a él,  había una escalera de gato, tantas veces subía, que iba más ligera que un gato.



                       

                             Casa una vez acabadas las obras


Con el ansia de desarrollar más cosas, Joaquín propuso  a nuestro amigo Dunjo  venir a trabajar con nosotros, asignándole  una mensualidad y parte de los beneficios. Vivía en Barcelona, por lo que se quedaría a comer en casa al medio día. Informalmente  se podía considerar como socio. El aceptó,  ya que una vez hecho el diseño no tenía ningún trabajo en concreto.
Las obras del taller costaron más de lo previsto y aunque se trabajaba,  íbamos más justos “que un pany de cop” ( Justos de dinero).

No había pasado un año, cuando Joaquín sufrió una fuerte depresión. Dormía poco y  trabajaba mucho; estaba agotado.
El médico del pueblo le aconsejó que abandonara una temporada el taller ya que de lo contrario acabaría mal. El se resistió,  pero entre todos lo convencimos  para que se marchase una temporada a la Casas de Alcanar  de donde su padre era, y que todavía tenía familia  allí. Además era a principios de verano,  el mejor tiempo para estar junto al mar y recuperarse.
Esta incidencia fue dura para mí, ya que de repente me cayó  toda la  responsabilidad. Tenía que decidir cosas imprevistas y encima, temiendo   no acertar.

Aquel hombre hasta la fecha,  considerado como un socio y amigo, se desentendió del todo, aparte, de que  últimamente entre él y Joaquín había  algunas diferencias.

Los problemas fluían por doquier, clientes, proveedores, Bancos…. Ahora, era yo la que no podía dormir,  soñaba con los directores de Bancos, a los que cada día había que perseguir para que me abonasen las letras  y que muchas veces no conseguía, ya que el descuento que teníamos era inferior al papel que se producía y más de una vez tenía que retrasar pagos y dar la cara al proveedor para poder pagar la semanada. El Dunjo, cuando me veía desesperada gozaba diciéndome; “María, eres tonta, tú te desesperas para mantener este taller  en pié, mientras él, se divierte en la playa con sus amiguitas.” Yo, no contestaba, pero pensaba; tal vez, tenga razón, ya que Joaquín me escribía diciendo que había hecho muchas amistades y se lo pasaba muy bien  precisamente con jóvenes. Esto me hacía pensar algunas veces “María  tienes que ser muy comprensiva  y aguantar el timón de este barco que va a la deriva.
Durante  todo este tiempo me sentí muy sola y triste. Una vez más,  pedía a Dios  fuerzas para aguantar,  hasta que volviese Joaquín.
A los tres meses, volvió a casa. Recuperado y lleno de optimismo,  con ganas de trabajar y hacer cosas nuevas.

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